En este artículo del investigador Grimaldo Rengifo, coordinador del Proyecto Regional Andino (Perú-Bolivia), nos habla sobre cómo la chacra y todo lo que le rodea se convierte en un espacio de aprendizaje desde el saber-hacer.
… Para nosotros trabajar la chacra es felicidad;
cuántas veces con buen trato que damos a las plantas,
de una resultan dos y tres variedades. La chacra te enseña a querer…
Humberto Cachique. Comunidad de Solo, Lamas[1].
En un país diverso es impensable una universalización de modos de aprender y enseñar en las comunidades agrícolas andinas y amazónicas, que tienen en este espacio el eje de sus vidas, sino diversas modalidades ancestrales de regenerar saberes que se distribuyen en las actualmente 48 etnias: andinas (4) y amazónicas (44)[2], y que se realizan en sintonía con contextos ecológicos y socio-culturales variados y cambiantes. Si bien todas ellas pueden compartir algunas tramas, de las cuales este texto procura dar cuenta, el hilado final es cosecha de cada quién.

Una de estas tramas, quizás la más obvia y descrita, es el de la trasmisión intergeneracional que se realiza de padres a hijos. Es perceptible en las comunidades que los mayores enseñan a los menores vía actividades de crianza. Es en el acto de criar, cuidar, proteger, y cultivar al otro que se aprende. Lo destacable para efectos de lo que hace la escuela es que en esta dinámica de aprendizaje la separación entre teoría y práctica no es lo usual. Es en el hacer que se aprende. Su producto, en este sentido, puede ser llamado con propiedad: saber-hacer. Este modo de hacer las cosas enfatiza la expresión: “sé porque lo hice”. Es en el hacer que se funde y brota el saber y viceversa.
A esto habría que agregar una trama más. Que quienes enseñan no son sólo los humanos. Para el comunero las enseñanzas proceden también de la naturaleza, y las deidades. La chacra, como nos la recuerda Humberto Cachique es una de ellas. Lo que sabe un humano es expresión no solo de su relación con otros humanos sino del aporte de otras colectividades. La cultura, como cultivo, como crianza, no es, en este contexto, un atributo solo humano, sino que lo comparten todas las entidades del cosmos comunero.
La otra trama es la visión del mundo que asigna vida a todo lo existente, sean estos ríos, maíces, o montañas, la cualidad de seres vivos y personas que a su manera comparten con el humano sentimientos, voluntades, y acciones, que hacen del mundo externo un espejo recreado del mundo interno. El río como la montaña están dotados de intencionalidad, lo que los antropólogos amazónicos llaman “agencialidad” (agency)[3]
Una cuarta trama y que da lugar al título de este ensayo es que, en los Andes, el lugar por antonomasia del aprendizaje es la chacra. Una definición usual de chacra – yapu en aymara- se refiere a ella como el lugar, hábitat, o sitio donde el humano se dedica a la crianza de plantas y animales.

Los aymaras en el sur del Perú acostumbran referirse a la llama como kayuni yapu, (de kayuni: patas; y yapu: chacra) que significa chacra con patas. La chacra en este caso alude al animal criado. En otros casos, una mina de sal o de oro es también llamada chacra de sal o de oro. Un bosquete puede ser también una chacra (“chacra de sachas”).
La papa silvestre se denomina en quechua atoq papa, es decir papa cultivada por el zorro. Lo mismo se dice de las ocas o mashuas silvestres. Algunos granos silvestres son cultivos de las aves. La vicuña, un auquénido silvestre de los Andes, es considerada como la crianza de las montañas sagradas.
De este modo, chacra en los Andes no sólo la tienen los miembros de la comunidad humana sino también la naturaleza y las deidades. Chacra en esta dirección es una palabra polisémica, alude a un lugar, pero es más que ella, refiere a un ambiente engendrador de la vida, donde crío y soy criado.
En PRATEC hemos acuñado el concepto de agrocéntrico para caracterizar el nudo eje sobre el que se teje la vida andina. Apreciamos la chacra como el lugar de la intersección entre el senti-pensar y el paisaje que lo circunda, una “zona de contacto” y de diálogo que se manifiesta en la crianza recíproca por el cual el humano previo permiso a sus deidades cría el paisaje natural para recrearlo en un paisaje criado, al tiempo que recíprocamente este paisaje animado lo cría a él.
Allí donde las comunidades andinas encontraron agua, recrearon lo que la naturaleza les brindaba sembrando y cosechando agua; similar situación aconteció con los suelos, que de bienes naturales pasaron a ser suelos criados. Con las plantas ocurrió parecido acontecimiento dando lugar a una de las revoluciones más importantes de la vida humana: el surgimiento de la agricultura. De este modo junto al paisaje natural apareció este paisaje de factura humana, que es el espacio chacarero.

Este paisaje modeló la forma de pensar del andino. Talló un modo de percibir y concebir el mundo y lo infiltró de diversidad y variabilidad porque si algo caracteriza al paisaje andino es la heterogeneidad. Cultivó así en el humano una trama simbólica mental y corporal que representa, recrea y regenera la urdimbre de lo que acontece afuera[4], surgió un pensar en y para la diversidad.
Entre ambos territorios: el externo y el interno, el del cuerpo y el del paisaje se generó y recreó diálogos, y reajustes cotidianos, que hicieron brotar un paisaje cultural a imagen y semejanza de la diversidad y variabilidad del paisaje natural. Este brote se llama chacra. Emergió cronológicamente hace aproximadamente 10 mil años, constituyéndose en el domicilio del ayllu, un tejido vivo que vincula a parientes humanos y más que humanos diseñado para criar al nuevo brote.
El pensar se fue así esculpiendo conforme se iba sucediendo el diálogo que sostenían los ayllus con el espacio chacarero. El ayllu se hizo también diverso, cambiante, e imprevisible surgiendo la diversidad étnica y con ella un modo tan propio de ocupar la verticalidad del espacio andino-amazónico. La cultura se tiñó de biología, y la biología de cultura, justificando de este modo el uso del concepto de “biocultura” para significar las relaciones de intimidad entre humanos y la chacra.
Este pensamiento que podríamos llamarlo chacarero no es un simple espejo que representa en la mente lo que acontece afuera. Lo percibido es procesado y recreado, diríamos criado, de acuerdo a una visión del mundo aprendida de los padres, de la naturaleza, y las deidades. Se constituyó así un mundo simbólico, una suerte de baluarte cultural desde el cual las familias andinas observan y actúan en el mundo criándolo.
Lo particular de la actividad de crianza de la chacra es que se trata de una acción recíproca. Como todas las entidades están dotadas de “agencialidad”, todos están en la capacidad de criar y no sólo el humano. De este modo lo que se observa en la chacra es un mundo de relaciones, vinculaciones, y tramas que enhebran las urdimbres que aporta cada quién.
La armoniosidad y sanidad de la colectividad humana está asociada tanto a la salud de sus chacras como al de la naturaleza toda. Las ceremonias rituales son conversatorios para pedir por el bienestar de todas estas colectividades, pues la armonía de una de ellas está en relación con la armonía del conjunto.
El “chacra yachay”, esta suerte de pedagogía de la tierra, emerge así de la comprensión comunitaria de que el saber conectarse con la Tierra es vital para la regeneración armoniosa de todo lo existente. En estas vinculaciones aprende el humano, pero también las deidades y la naturaleza, todos aprenden de todos. El humano no es la medida del aprendizaje ni de la enseñanza.

En la Amazonía, siendo cada vez importante la chacra, la visión del mundo no puede ser comprendido sin la alusión al bosque y al agua. De modo semejante a cómo se habla de la chacra en los Andes, se puede decir también que estos dos espacios son lugares de aprendizaje y crianza de la vida amazónica.
De estas interacciones han brotado y regenerado saberes-haceres útiles para recrear comunidades en convivencia y armonía con la naturaleza y sus deidades. Estos saberes-haceres pueden ser de utilidad en la escuela cuando se trata de estimular aprendizajes nuevos, a condición claro está de que se conozca esta cultura educativa y se observe el acto educativo como una suerte de fertilización cognoscitiva mutua. Los comuneros apuestan por una educación que los habilite en el conocimiento moderno, pero también en el saber propio, en sus costumbres, lenguas, en el saber de casa. Como dice Don Teodoro Espinoza Hinostroza de la comunidad de Chaka, Ayacucho:
La educación de mi hijo no es solamente leer y escribir, sino también está en aprender la crianza de las chacras, crianza de las semillas, encariñar las semillas pensando para su vida futura.
Tejidos vegetales para utensilios chacareros Huertos comunitarios en la ciudad aprendiendo en la chacra de habas Niños reconociendo las minas de sal
Esta solicitud del “iskay yachay”, o dos saberes en quechua, debe ser comprendida como el requerimiento del aprendizaje de una diversidad de saberes para vivir el mundo cambiante de hoy, lo que implica el conocimiento de las lenguas indígenas y la realidad socio-cultural que lo acuna, así como entender la modernidad. Estas dos tradiciones requieren comprenderse desde dos cuestiones elementales: las epistemologías propias o modos de conocer y organizar el conocimiento de la realidad; y la pedagogía o modalidades singulares de enseñar y aprender que les son específicas.
La elusión de estos temas por el sistema educativo está costando demasiado esfuerzo a la niñez campesina e indígena en su aprendizaje de lo moderno. Primero, porque lo predominante hasta ahora ha sido trasladar hacia escuelas interculturales rurales rutas metodológicas de enseñanza-aprendizaje que corresponden al modo moderno de aprender del urbanita, en el que se enfatiza el pensar sobre el sentir, sin encontrar entre ambas el gozne pedagógico que las junte en un espacio de confianza intercultural que haga viable una comprensión educativa incremental; y segundo, porque en este esfuerzo de asimilación pedagógica se está debilitando las bases culturales en que se funda la educación comunitaria andina y también la amazónica. De este modo sucede que el niño y la niña ni vigorizan su cultura ni aprenden lo moderno.
[1] Arévalo, M. “La chacra te enseña a querer ”. En: Los caminos andinos de las semillas. PRATEC. Lima, 1997, p.192.
[2] MINEDU. Dirección de Educación Intercultural Bilingue. DEIB. Situación actual de la normalización de alfabetos de las lenguas originarias del Perú (9 de enero 2019).
[3] En: La Riva, P. “La hoja de coca en el proceso de comunicación: ¿emisor?”. En: Qurit´ika. IESP Pukallasunchis. Dic, 2016. Cusco.
[4] Para Kusch, cultura “es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia”. Kusch, R: “Geocultura del pensamiento”. En: Kusch, Rodolfo. Esbozo de una antropología filosófica americana. Ediciones Castañeda. Buenos Aires, 1978:14